Estaba lloviendo, en algún lugar distinto a aquel en que me encontraba, cuando me di cuenta que mi pierna izquierda se había dormido, y que, de nuevo, me distraje más tiempo del que convenía pensando en qué lugares podría estar lloviendo.
Ahora los datos del mundo eran, por una parte, que mi pie parecía haberse desconectado del cable que le proporcionaba señal, y que, como nunca tuvo sintonía satelital, sólo captaba la estática de un canal perdido, y, por otra, que los sonidos que estaba escuchando en realidad eran palabras, y ninguna de ellas tenía relación con el show de medio tiempo de Prince, donde habiendo tenido a Dios de escenógrafo tocó Purple Rain bajo un diluvio.
«Si no vais con cuidado, si os resbaláis en cualquier paso, si dais sólo un traspié, todo, todo se os va a caer encima, se os va a resbalar el movimiento. Hay que ir al texto mismo y con las orientaciones que hemos visto darle un abrazo y leerlo lentamente».
Así fue como comprendí que las lecciones de Hegel habían terminado, y así fue como también, siendo sin saberlo un gran idealista alemán, pasé la mayor parte del curso viviendo en mi mente, de forma que lo único que me quedó para dar un abrazo fueron mis propios brazos y una orientación final fuera de contexto.
No es necesario mostrar los detalles del proceso de lectura para mostrar que un mejor consejo habría sido decirnos que no íbamos a entender una mierda, porque, después de leer que «al investigar tal cosa, el saber se convierte en nuestro objeto, él es para nosotros; y entonces el en-sí del saber, que resultase, sería más bien su ser-para-nosotros; lo que nosotros afirmaremos como esencia suya no sería tanto su verdad cuanto nuestro saber de él [es decir, nuestro saber acerca del saber, o nuestro saber acerca de la esencia del saber]», efectivamente, dije “no entiendo una mierda”.
Sin embargo, las tonalidades de semejante marrón se hicieron cada vez más diáfanas [es decir, el ser para nosotros del marrón, tal y como se muestra], y después de cierto punto fue claro que la verdad y el saber de la maloliente imagen mental corresponden al en-sí y al para-otro en su relación a la conciencia, pero únicamente dentro de tal de manera que la determinación del ser es sólo una determinación y el en-sí no entendido o sabido siempre de hecho lo fue [es decir, las determinaciones del marrón siempre han estado en la conciencia en tanto que ella misma las pone, así sea castaño o carmelita].
Hegel no estaba ni tan mal.
En cuanto en su objeto ella encuentra que su saber no se corresponde con ese objeto, resulta que el objeto mismo tampoco aguanta; o lo que es lo mismo: el criterio de examen cambia cuando aquello de lo que ese criterio viene a ser criterio no se sostiene en el examen; y el examen no es entonces solamente un examen del saber, sino también un examen del criterio [es decir, un examen del criterio que se emplea en el examen]
No sabiendo qué hacer conmigo mismo, o con lo que solía entender como tal, fui dando zancadas a manos y pies hasta llegar a casa, me puse un sombrero que no era mío, dije "señor Hegel" y me lo quité, lo puse de nuevo donde no sabía que estaba, cerré la puerta del piso que me di cuenta era el equivocado y volví corriendo a la biblioteca, ahora no sólo con el entusiasmo de poder decirle a mis seres queridos que por fin puedo considerarme un hegeliano, sino también con el miedo de ser seguido por el hombre a quien dirigí en su propia casa un cordial saludo de bienvenida, y que hasta el día de hoy sigue encajonado en mi vitrina mental titulada “NÉMESIS” (en plural), donde su única compañía es la pintura restaurada del Ecce Homo de Martínez y, ahora, Giménez.
Al llegar a la sala de la epifanía absoluta, vi que mi móvil y mi laptop habían desaparecido. O más bien, supongo, vi que su puesto en el entramado de la realidad objetiva determinada por el logos había sido ocupado por una nota que decía «gracias, pringao».
Ahora, si bien en condiciones de posibilidad previas hubiese proyectado sobre el mundo sufrimiento en múltiples sentidos y acepciones, mi ser dialéctico [es decir, el ser dialéctico] había llegado ya a la comprensión de que tanto los objetos que alguna vez fueron concebidos en una relación de opresión y posesión como la misma relación son únicamente puestos y su ser es uno siempre para otro, de manera que mi espíritu [es decir, el espíritu] no se obcecó con las preocupaciones de una conciencia que aún no se comprende como absoluta, y, por alguna razón, supuestamente, me sentí libre, creo, de algo, o, al parecer, de todo [o entiéndase, algo, o todo, no yo, de forma que, quizás, o quizás no, algo, o todo, se sintió libre, según entiendo, o malentiendo].
Confundido respecto a cómo sentirme, fui a la sala de filosofía y cogí una edición de la obra en físico; pero, cuando la abrí, vi que todas las palabras estaban al revés.
Vale. Estuvo bien mientras duró.
Wilkki, lunes 28 febrero 2022